La
montaña tiene ese desencanto muchas veces pensó Julián, harto de tanta piedra
insensible al dolor de piernas; había ascendido y descendido por múltiples
senderos en la montaña buscando la cueva donde habitaba uno de los últimos
eremitas de la humanidad. Un hombre sabio, capaz de trasmutar un dolor en la
mas radiantes de las felicidades.
Venia
al encuentro del anciano cargado de preguntas y ansiedades; huía de una
sociedad frívola, descortés, con personas ambiciosas, sin limites éticos para
alcanzar sus metas económicas; con un gobierno déspota, paternalista con los
mediocres, que había corrompido ideales, que apostaba a perpetuarse en el poder
buscando impunidad.
Ese
hombre que el buscaba casi con desesperación poseía el mas preciado de los
dones; solo el podría, bastándole su palabra al pueblo impulsar una verdadera
revolución pacifica, basada en la restauración de la ética y el amor por la
justicia.
Pero
las horas pasaban y no encontraba el sendero que lo llevase al encuentro de
aquella persona que despertaba tanto temores en los mediocres funcionarios de
su país.
(continuara)
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